5.5.11

Cristalazo | Japón, el porno y el signo

Alan Santacruz



Entre miles de tornillos viven en Japón…
Unos dicen que son fieles al emperador,
otros dicen que son fieles al ordenador.
Fragmento del tema Japón, de Mecano.

Gustavo Adrián Cerati Clark nos legó una visión, una imagen instantánea (casi un Haiku) que describe con suficiencia una práctica erótica imperdible: la cámara hace un zoom anatómico, y desvela el fin del secreto; una visión que muestra lo que hay “Entre tus labios de plata y mi acero inolvidable”. Cerati recicla la misma imagen, una y otra vez, en un loop protagónico, en un primerísimo plano probable entre el maduro Bill Clinton y la escolapia Mónica Lewinsky.
MÁS ALLÁ DE LA SOBREEXPOSICIÓN, DIGNA DE LA VIDEOTECA DEL URÓLOGO O DEL ESTOMATÓLOGO, SE ENTIENDE QUE LO ESTIMULANTE ES LO QUE SE VE. EN CONTRAPARTE, OTRAS EXPRESIONES ESTÉTICAS CENTRAN EL FOCO DE LA ESTIMULACIÓN EN AQUELLO QUE SE OCULTA, SE DIFUMINA, SE SOBREVISTE, O SE MINIMIZA, QUEDANDO SÓLO EN MERA ALUSIÓN SIMBÓLICA.
Japón, imperio nacional hermético y férreo paladín de lo que se oculta, sobreviste, difumina o minimiza, se abrió a occidente de la manera más violenta. Pasadas las ocho y cuarto de la mañana del lunes 6 de agosto de 1945, a quinientos sesenta metros sobre el nivel del suelo, estalló en Hiroshima la primera bomba atómica de las dos que hicieron capitular al imperio. La voz del emperador Hiroito era desconocida para sus súbditos, únicamente los más altos funcionarios la habían escuchado; sin embargo, el 15 de agosto de ese año, aquella sacra voz se develó: la radio difundió el discurso en el que, con horror y pasmo, los nipones todos se enteraban de dos cosas: que su imperio se rendía en la guerra y que su emperador no representaba a dios en la tierra. Japón quedó, entonces, abierto y expuesto ante un occidente que poco comprendía su moral y su estética.
A partir de ahí comienza el desarrollo de lo que se conoce como Japón Moderno. Sin embargo, la occidentalización sufrida luego de la guerra, con la gradual apertura de los medios de comunicación, el sistema semi-parlamentario como forma de gobierno, la producción en serie y en masa, así como la competencia tecnológica, no modificaron el hecho de que los japoneses privilegiaran la sugerencia del hecho sobre el hecho mismo. Roland Barthes, con El imperio de los signos (1970), ensaya esta noción sobre la exposición de los referentes en la semiología nipona a partir del enojoso afán por difuminar y sugerir. El teatro oriental utiliza hombres en los papeles femeninos, acentuando el carácter de la representación simbólica: distinto al mórbido gusto por las vestiducas y los travestis, el actor japonés alude intencionalmente a lo que no es. El porno japonés es otro ejemplo: a pesar de abundar en ataduras con nudos de boy scout para el bondage y explorar los alcances del sado masoquismo, cierta reglamentación sobre la producción audiovisual impide exponer los genitales (tanto en los videos actuados como en los animados, de los cuales dicha nación ha hecho delicia ad nauseam), mostrando una política que en vez de desnudar los alcances de la censura, reviste la condición de sus signos sexuales, como quedó de manifiesto en la edición nipona de El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima.
No sólo eso. En los últimos años, la demografía de Japón se ha modificado: escasea la población infantil. Existe un fenómeno conocido como Shoshika, que puede entenderse como “menos niños”. En este universo de precariedad, el signo de la niña Dolores Haze (personaje cumbre de Nabokov) cobra importancia; acaso por esta condición es que (ateniéndonos a la lógica de la mano invisible que mece la cuna del mercado), reduciendo la oferta aumente la demanda. En virtud de ello, los delicados cuerpos que simbolizan infancia son tan cotizados para las industrias manga y porno en ese país proclive a las féminas de labios y pies diminutos que visten grandes kimonos. Hay ahí, incluso, un término de nuevo cuño que representa la mencionada filia: Lolicon (contracción de Lolita complex), con lo que se alude sin señalar directamente a la vocación por la pedofilia.
Así, entre signos, la imagen que nos legó Cerati (por muy explícita y pedófila que pudiese ser) tendría, al modo japonés con su voyerismo acotado, difuminadas las verticales sonrisas y matizados los tallos de semilla de hombre, planteando que “Lo que seduce nunca suele estar donde se piensa.”
DAME UN ZOOM; LUZ, CÁMARA Y ACCIÓN.


/Tomado de El Gran Vidrio, número 1.
Comments
0 Comments

0 personas tienen algo que decir: